Para su segunda temporada, recientemente
finalizada, la producción se aperó con todo. Los resultados de la primera
sesión de Ray Donovan la convirtieron en una de las series revelación, que
podía seguir creciendo en más truculencia y decadencia social por tener un leve
parecido a Los Soprano, pero que a la larga fue encontrando su propia estela. Con
un ritmo constante, repleta de claroscuros sobre la moral y la ética, donde el
fin siempre justifica los medios, Ray Donovan se adentra en el juego la vida, en la psicología de un país
donde el dinero y el éxito son dioses paganos.
Ambientada en Los Angeles, Ray Donovan
(Liev Schreiber) es un “arregla asuntos”, un hombre que para todo problema que
tengan sus clientes tiene a la persona indicada o conoce la forma de solución. Siempre
pegado al celular su vida transcurre entre multitud de problemas con la policía
y su familia, la que entró, en esta segunda parte, a darle problemas. No
solamente su esposa miró para el lado y sus hijos, enfrentados a la
adolescencia, se encontraron de frente con el sexo y las drogas, sino que tuvo
que lidiar con su drama más pesado, el que lo atraviesa hasta la médula: su
padre, interpretado por un espectacular Jon Voight, en el papel de un malandrín
recién salido de la cárcel.
Ray mata, chantajea, teje ardides según le
pidan. Pero esta temporada le planteó dobleces morales que un hombre de su
calaña generalmente no se cuestiona; esta es una evolución del guion pues
presentó matices que pueden hacer crecer la historia. Su imagen paternal quedó
muy clara por la constante preocupación por sus hijos y por sus medios hermanos,
tratando de hacer lo posible por ayudarlos y guiarlos.
La serie toma características del Señor
Lobo de Pulp Fiction y del mismo Tony Soprano cuando nos muestra los
cuestionamientos a un estilo de vida que le da comodidad y lujos, pero que lo
desestabiliza internamente. Al hombre que viste trajes caros, al que maneja un
auto de lujo, al que tiene una colección de relojes pero cuyo semblante,
siempre sombrío, sale a la luz mostrando la cruz que lleva dentro y que, en
gran parte, es culpa del padre que reaparece en su vida como la ortiga.
Si bien hacia el final de la temporada el
personaje de Jon Voight adquirió un total protagonismo (no le podrían dar de
nuevo el Emmy como actor “secundario”) y se transformó en pieza clave para una
tercera temporada, y los líos de falda de Ray distrajeron un poco la atención
de lo que había sido medular el primer año, igualmente la historia fluyó con
facilidad, no existiendo personajes de relleno ni circunstancias que no
aportaran al drama. El silencio fue una de las grandes virtudes narrativas de la
temporada. Los guionistas no suelen apreciar el valor del silencio, no le dan
valor al ruido del mar o a la luminosidad del sol en una escena. En Ray Donovan
el silencio del chico duro fue vital, nos habló de él, de lo que siente, mostrando
las ganas de encontrarse realmente a si mismo sin sentirse en el fracaso.
Grandes
fueron las incorporaciones al elenco de James Cochran, el agente del FBI,
interpretado por el ganador de 4 Emmys Hank Azaria, y la periodista ganadora
del Pulitzer, interpretada por Vinessa Shaw. Ambos lo pusieron contra la pared,
y aunque uno tuvo que desaparecer y porque el otro está involucrado en ello, es
que se abre otro flanco lleno de dolor para Ray, de cara a la tercera temporada,
donde el guion deberá resolver si seguir mostrando la encrucijada por arreglar
su pasado porque tropieza totalmente con su presente. ¿Cuál será la línea
narrativa más apropiada para afianzar la serie?, ¿cuál es la mejor línea
narrativa que el personaje merece y que el público quiere seguir viendo?. Esa es
la encrucijada.
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